… junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, la mujer de Cleofas, y María Magdalena. Y cuando Jesús vio a su madre, y al discípulo a quien El amaba que estaba allí cerca, dijo a su madre: “¡Mujer, he ahí tu hijo!” Después dijo al discípulo: “¡He ahí tu madre!” Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa. Juan 19:25-27

 Qué lindo pasaje el de Juan que muchas veces puede pasar desapercibido; no obstante, considero que en Él hay una riqueza que es de suma utilidad para el cristiano y para la iglesia de hoy.

 Quiero dividir este artículo en 2 partes: en la primera quiero compartirles acerca del amor eterno de Jesús destacando detalles que muchas veces se pasan por alto; y en la segunda, acerca de su deidad expuesta en la cruz.

 En este pasaje de Juan, Jesús estaba colgado del madero, agonizando. Imagino un cuadro de desolación: el ambiente sombrío, oscuridad, mujeres llorando, sangre corriendo del cuerpo de nuestro Salvador, mirada agónica y de dolor, soldados por doquier, discípulos atribulados, tierra mezclada con sangre, ladrones mirando desconcertados. Burlas y satisfacción por un lado, agonía, dolor y lágrimas por el otro…

 En medio de esta escena, Jesús, sin pensar en sí mismo, ni en lo que estaba padeciendo, se preocupa por los que están a sus pies, antes que por su propio dolor. Él piensa en su madre y en su discípulo amado. Cuando Él vio a su madre y a su discípulo les encomendó el uno al otro.

 ¡Oh qué gran amor del Salvador demostrado también en los pequeños detalles! Con cuanta pasión se preocupó por ellos aún en medio de su máximo sufrimiento. Que Dios tan grande y a la vez tan cercano el que tenemos! Imagino a Jesús viendo a su madre y a su discípulo con una mirada que irradiaba amor y compasión, como un Padre a un hijo, como Dios misericordioso a su creación, como un esposo a su esposa…

 Jesús le dice a María que ahora su hijo era Juan, el discípulo que Él tanto amaba, y a Juan le dice que ahora su madre sería María; como diciendo: “Sé que les dolerá mi partida, pero les dejo el uno al otro para que se consuelen y se apoyen”. ¿Qué lindo no? Si alguien piensa que Dios no tiene cuidado de nosotros cuando muere un familiar o un ser amado o cuando estamos tristes y solos, le recomendaría leer este pasaje.

 Él ni siquiera confió a su madre a sus hermanos, como era la costumbre, porque ellos aún no creían, y quería que alguien que fuese del “cuerpo” la cubriese (“Porque tampoco sus hermanos creían en Él.” – Juan 7:5). ¿Aún más lindo, no? ¿Pueden ver la importancia del “cuerpo” o la iglesia? Que reto tan grande tenemos como iglesia, que si Cristo en su momento de más agonía se preocupó por los que sufrían, ¿cuánto no debemos nosotros preocuparnos por cubrir a nuestros hermanos en Cristo siempre?

 Jesús pensó en otros antes que en sí mismo incluso cuando la muerte estaba a la vuelta de la esquina…

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” — Juan 13:1

 Él les habló de su amor, les lavó los pies, y prometió dejarles un Consolador. Esto sirve de ánimo, motivación y para incrementar nuestra fe por 2 razones:

 1. Si Jesús pudo proveer para las necesidades de los suyos en su momento de mayor dolor y humillación, ¡cuánto más podrá ayudarnos en su presente estado de poder y exaltación!

“y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de su poder, el cual obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales” — Efesios 1:19-20

Dios estuvo tan satisfecho con la obra de Cristo en el Calvario que lo levantó de los muertos y le dio gloria y poder incomparables

 “Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riqueza en gloria en Cristo Jesús” — Filipenses 4:19

 Es en esta riqueza de su gloria sobre la cual se apoya la confianza del apóstol cuando escribe!

 2. ¡Ilustra los beneficios de la iglesia, el cuerpo de Cristo! ¡Wow! ¡La nueva relación entre María y Juan ilustra la provisión hecha para nosotros en el cuerpo de Cristo!

 Charles H. Spurgeon solía decir: “La iglesia es el lugar más preciado en la tierra”. Cuán ciertas son sus palabras, ya que la iglesia es el cuerpo de Cristo acá en la tierra, donde Él es la cabeza y todas las partes del cuerpo son igualmente importantes, y donde hay una riqueza espiritual en la “koinonia”. ¡Qué lindo es compartir unos con otros, cubrirnos unos a otros y adorar en un mismo sentir, para la gloria de nuestro Dios!

“…No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna” — Marcos 10:29-30

Vemos en este pasaje de Marcos, que Él nos muestra cómo lidiar con nuestras necesidades cuando dejemos o hayamos perdido cosas por el evangelio, sabiendo que en la iglesia, en su cuerpo, recibiremos aquello que hayamos dejado: casas, cosas materiales, hermanos, hermanas, madres, hijos, etc. Es en el cuerpo donde debemos apoyarnos y es como cuerpo que debemos cubrirnos los unos a los otros, amarnos los unos a los otros, llorar juntos y reír juntos porque Él nos escogió para ser uno, así como Cristo y el Padre son uno. Jesús dijo que amándonos los unos a los otros demostraríamos que éramos sus discípulos.

Somos la iglesia del Dios viviente, comprada con precio de sangre, para alabanza de su nombre!

“…la iglesia de Dios, la cual El compró con su propia sangre”— Hechos 20:28

Comparto con ustedes un poema de un hombre que amaba a la iglesia de Dios, sé que bendecirá sus vidas y les ayudará a ver a la iglesia como algo glorioso, como la amada de Cristo:

ELLA

Por Jorge “Papi” Pradas

Se llama esposa, cuerpo, templo, ciudad santa;

se llama cada nombre que Dios ama.

Se llama Iglesia del Dios vivo y verdadero,

es la amada de Cristo, es, con Jesús, el cielo.

Es la niña de su ojo, es la elegida,

es la mujer, la virgen y, con Cristo, la vida.

Las puertas del infierno nunca se le resisten,

es la que ataca y lucha, la que, con fuerza, embiste.

Sin Él no es nada, con Jesús es todo;

fue comprada con sangre y sacada del lodo.

Es, en fin, la que implora, la que intercede y llora,

la asentada en un monte, la que a Jesús adora.

Es la que los embates del mal no le hacen mella,

es la Iglesia de Cristo, de nadie más. Es ella.

Cristo también se preocupó, se angustió, y es por eso que nuestros corazones no deben angustiarse, porque Él ya lo hizo en nuestro lugar, Él nos entiende y tiene todo bajo control.

“Ahora mi alma se ha angustiado; y qué diré: Padre sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre”— Juan 12:27

“No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mi.” —  Juan 14:1

Debemos depositar siempre todas nuestras cargas en Él y confiar en Él, ¡Él es suficiente! Debemos agradecerle toda la vida, porque gracias a su amor, El nos dio razón de vivir, nos escogió desde antes de la fundación del mundo y ¡pagó el precio que nosotros debimos haber pagado! Él tiene cuidado aún de los detalles más pequeños y este pasaje es una prueba de esta verdad.

Esto nos lleva a vivir una vida en total devoción y adoración, sabiendo que pase lo que pase, Él tiene cuidado de nosotros. ¡A Él sea la gloria por siempre!

Josh

P.D. La próxima semana: Jesús, Su Amor Eterno y Su Deidad Expuestas en la Cruz (Parte 2)