Hay muchas historias en la Biblia, muchas situaciones increíbles, historias tristes, situaciones difíciles, batallas, pugnas de poder, alabanzas, pecados y victorias, etc. Son historias dignas de películas de Hollywood. Si nos ponemos a pensar un poco, cada historia se trata de sucesos básicos, cotidianos, del día a día.
Bien podríamos ser usted y yo. Si lo contextualizamos un poco podemos vernos en cada historia, en cada persona. Un par como Jonás, otros pares como Pedro, otro Sansón, más de algún Gedeón, por ahí algún Judas, y así.
Vemos a través de la historia personajes llamados por Dios para seguirle y la historia de sus vidas y como Dios se glorificó en cada situación. Vemos el trato de Dios para con cada uno, para moldear su carácter, para corregir una situación, como consecuencia del pecado, etc.
Cada historia no se trata del personaje; se trata de Dios y de cómo su gracia se revela a cada uno y como en cada historia está la gloria de Dios haciéndose visible y como de cada historia hay algo que aprender, algo para nuestro crecimiento espiritual, algo para exaltar el nombre de Dios por medio de algún atributo revelado, etc.
Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros. Caso contrario, no estaríamos acá. ¿Qué llamado nos ha hecho? Eso solo lo sabe cada uno. A todos los que creemos en Él definitivamente nos ha llamado a seguirle y ha garantizado nuestra salvación por medio de su gracia.
Dios se dirigió a nosotros; nos llamó por nombre. No sabemos por qué lo hace. Eso depende de su elección. Pero esta elección no es un asunto secreto: desemboca en un llamado, y uno perceptible: «¡A ti te hablo, Juan! ¡Oye, María! ¡Tú, Abraham!» Es entonces cuando sabemos que él nos ha elegido, puesto que nos llama. A mí me llamo y heme aquí. A usted le llamó y acá están.
Habrá otros llamados que Dios nos ha hecho a cada uno, llamados a servirle, a dejar algo, a entregar algo. Dios habrá hecho alguna promesa a más de alguno. Puede que ya fue respondida, puede que aún no.
Esta palabra de Dios, dirigida personalmente a nosotros, nos arranca de un modo de vivir y nos introduce en otro. Este otro tipo de vida es un llamado a vivir con Dios. Pero debemos recordar que cuando recibimos el llamamiento a esta vida con Dios, tenemos que abandonar otro tipo de vida.
Pues bien, así llamó Dios también a alguien muy especial. No más que usted y yo aunque se menciona en la Biblia muchas veces y según la Biblia, la fe común que procesamos él y nosotros hace que seamos “parientes”.
Nuestro personaje se llama Abraham y los que tenemos la misma fe que él tuvo, como viendo al invisible aunque no le veamos, somos hijos de Abraham y herederos de las mismas promesas.
Abraham fue llamado por Dios y él sabía bien qué era lo que debía abandonar. Dios se lo dijo claramente: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre…”[1]. Esto no sólo significaba dejar su ambiente familiar, sino cambiar su estilo de vida; lo único que él conocía y partir rumbo a lo desconocido.
Cuando Dios nos llama, debemos obedecerle. ¿Te ha llamado el Señor y no has querido obedecer? ¿Hemos puesto algún tipo de reparo, objeción o reclamo? A mí me ha pasado.
Si esto fuera un examen y fuese una pregunta de opción múltiple donde la opción a) es “respondí a Dios con objeción”; b) es “respondí a Dios con reclamo”; c) es “respondí a Dios con inconformidad” y d) es “todas las anteriores”; tendría que escoger sí o sí la última opción.
Muchas veces nos cuesta obedecer a Dios, saber y reconocer que lo que Él tiene para nosotros es lo mejor; que su voluntad es buena, agradable y perfecto. Creemos saber mejor y nos va mal.
En Génesis 12:4 se describe la simple obediencia de la fe de Abram: “Abram partió, tal como el señor se lo había ordenado”. No hace mención a ningún reclamo, objeción, queja, si le parecía o no. Simplemente obedeció.
Al leer este versículo, muchas veces nos sentimos inclinados a fijarnos sobre todo en el carácter de sacrificio de lo que hizo nuestro héroe Abram. Hablamos entonces del dolor de la separación, de la ruptura de vínculos y de la valentía de la fe.
Nos expresamos de esa manera porque todos entienden este tipo de lenguaje. Es el lenguaje de la experiencia humana común y corriente. Pero una persona que sabe lo que es vivir con Dios se da cuenta de que Abraham no sacrificó nada cuando obedeció al llamado
¿Qué es lo que Abraham abandonó? Pues según la misma Biblia lo que él abandonó fue una vida vacía (Jos. 24:2 “Y Josué dijo a todo el pueblo: Así dice el Señor, Dios de Israel: «Al otro lado del río habitaban antiguamente vuestros padres, es decir, Taré, padre de Abraham y de Nacor, y servían a otros dioses.”).
Pero ¿qué ganó? Ganó una vida con Dios. El pasado carecía de valor, pero el futuro rebosaba de posibilidades y de perspectivas sin fin. Es imposible perder cuando la palabra del Señor nos llama. Obedezcamos y vayamos hacia él.
Así lo hicieron unos pescadores (Mr. 1:16-18 “Mientras caminaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón, echando una red en el mar, porque eran pescadores. Y Jesús les dijo: Seguidme, y yo haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando al instante las redes, le siguieron.”) y cierto cobrador de impuestos (Mt. 9:9 “Cuando Jesús se fue de allí, vio a un hombre llamado Mateo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: ¡Sígueme! Y levantándose, le siguió.”), y así lo han hecho millones de personas desde aquel entonces.
Es cierto que algunos no lo harán porque ya han realizado su inversión como el joven rico que menciona Mateo[2]. Pero cualquiera que obedece el llamado que viene de Cristo recibirá un interés mucho más alto por su inversión: “cien veces más ahora… y en la edad venidera, la vida eterna”[3].
Seguir a Cristo es mucho mejor. Si Dios es nuestra porción y lo tengo a Él aunque no tenga nada, aunque mi padre y mi madre me dejen, aunque todo se vuelva en contra, aunque la higuera no florezca, aunque todo sea lo peor…con todo, el Señor mi Dios me recogerá; con todo, yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Un camino escabroso
Teniendo en cuenta las grandes recompensas que se le ofrecen a quien vive una vida con Dios, la “ganancia inicial” pudiera parecer decepcionante.
En Génesis 12:4 se nos dice lo siguiente: “Entonces Abram se fue tal como el Señor le había dicho; y Lot fue con él. Y Abram tenía setenta y cinco años cuando partió de Harán.” Abram comienza su marcha con Dios, se va para Canaán y recibe ahí la promesa de parte de Dios de que le daría esa tierra. Hasta aquí todo suena bien, hermoso, mágico, bíblico, celestial…
Sin embargo, en Génesis 12:10 dice algo adicional: “Y hubo hambre en la tierra; y Abram descendió a Egipto para pasar allí un tiempo, porque el hambre era severa en la tierra”. ¡Wow! Donde llegó había hambre. ¡Qué mal! Era para dudar ¿verdad? Estaba cómodo en Harán; su familia era acomodada y no tenía necesidad. Ahora venía acá obedeciendo y resulta que había una hambruna.
Él parte rumbo a Egipto, el granero de Oriente Próximo pero resulta que ahí se encuentra en una posición complicada. Abraham teme por su vida ya que los faraones eran conocidos como expropiadores de las bellas mujeres de los extranjeros. Sara era hermosa y temía por su vida si decía que era su esposa.
Es así que Abram, pionero de los millones que han sido llamados a vivir en la impresionante presencia de Dios, se encuentra acorralado entre el hambre y el miedo al faraón. Tal fue el comienzo de su maravillosa asociación con Dios.
¿Les ha pasado algo similar? Este tipo de eventos o acontecimientos en la vida de quienes han sido llamados por Dios tienen un nombre: “pruebas”. ¿Las conocen? ¿Les suena familiar?
Para este año que termina y este 2014 que se avecina les quiero invitar que al ser llamados por nuestro Dios a sufrir una prueba, no debemos preguntar por qué. De nada nos servirá saber por qué estamos siendo probados.
Lo que cuenta es nuestra actitud al enfrentar la prueba.
Al principio Abram fracasó miserablemente. Hasta nos da cierto consuelo verlo fracasar. Recuerdan que dijo que Sara era su hermana, Faraón la llevó a su casa pero grandes plagas vinieron sobre él y su casa por esto que había hecho. Abraham queda enmarañado en sus propias mentiras, y al final le reprende el faraón[4] (y cuánto nos duele cuando nos reprende alguien que no conoce al Señor).
Nótese que Abraham no responde; tiene vergüenza. Dios le trae luego de regreso a Canaán. Él nunca defrauda; hasta el faraón se dio cuenta de ello. Fijémonos también en cómo termina la narración.
Si hubiésemos escrito nosotros el relato, le hubiéramos dado fin con una conmovedora reunión entre Abraham y Sara. Hubiéramos escrito como Abraham arrepentido lloró mientras corría a abrazar a Sara. Ambos se funden en un abrazo que les une más que toda una vida juntos.
Quizá hayan tenido tal reunión, pero ese no es el énfasis que la Biblia quiere resaltar. La historia de la primera prueba de Abram termina en Génesis 13:1-4, con el patriarca de rodillas ante el altar: “1 Subió, pues, Abram de Egipto al Neguev, él y su mujer con todo lo que poseía; y con él, Lot. 2 Y Abram era muy rico en ganado, en plata y en oro. 3 Y anduvo en sus jornadas desde el Neguev hasta Betel, al lugar donde su tienda había estado al principio, entre Betel y Hai, 4 al lugar del altar que antes había hecho allí; y allí Abram invocó el nombre del Señor.”
Los altares son elementos muy importantes en la vida con Dios. Un vistazo rápido a Génesis 12:4-9 nos mostrará que toda la historia del viaje de Abraham desde el Éufrates hasta Betel, con toda su hermosura y sus peligros, queda resumida en unas pocas frases, sin mayor descripción. ¡Pero se menciona dos veces que Abraham edificó un altar! Es en el altar donde se encuentra Dios con sus amigos y allí el hombre se entrega al Altísimo.
Miremos Génesis 13:5 al 19, donde vemos otra prueba que Abraham debe enfrentar. En esta ocasión debe aceptar que Lot se lleve las partes más fértiles de la tierra que Dios le había prometido a él. Pero, ¿cómo termina el capítulo? Termina mostrándonos a un Abraham que junta piedras del suelo, y nos dice que “Allí erigió un altar al señor” (13:18).
La vida que se vive con Dios no es una que se caracterice por ir de la miseria a las riquezas. No es ni siquiera una vida en que las cosas pasan de lo bueno a lo mejor para llegar a lo óptimo. La que se vive con Dios es una vida que va de altar en altar, hasta llegar al punto en que la relación y la comunión se hacen inquebrantables: “Llegaré entonces al altar de Dios, del Dios de mi alegría y mi deleite”, decía el Salmista.[5]
Que este 2014 digamos así. Que ante las pruebas busquemos el altar, hagamos un altar y adoremos y busquémosle. No para pedir si no buscarlo a Él. Para que Él en nosotros sea el fuerte y que Él sea nuestro gozo y deleite en medio de la prueba. Que Él cumpla su propósito soberano y que salgamos victoriosos de cada prueba.
Vivir por medio de la promesa
Todas las promesas que Dios le hizo a Abraham se centran en la promesa de un hijo. Sin embargo, ya desde el principio la Biblia nos aclara que “Sara era estéril, y no podía tener hijos” (Gn. 11:30). Esta situación continuó durante veinticinco años. No subestimemos ese dato. ¿Se imaginan 20 años esperando una promesa?
Abraham y Sara vivieron durante casi diez mil días y noches con una promesa incumplida y una pena continua. Las vidas de quienes viven con Dios están marcadas por la cruz que deben cargar. Es necesario que la lleves con fe y que continúes confiando en la promesa.
Dios repitió su promesa ocho veces. Al principio la formuló en términos generales. Dijo que Abraham tendría gran descendencia (12:3, 7; 13:16). Abraham llegó a pensar que quizá Dios contaría su descendencia a través de su siervo Eliezer, que siempre había sido como un hijo para él. Fue entonces cuando Dios precisó más su promesa: “Este hombre no ha de ser tu heredero. Tu heredero será tu propio hijo” (15:4).
El tiempo siguió su curso. Abraham y Sara deben de haber conversado sobre la promesa casi todas las noches. Vieron que había una posibilidad de que Abraham fuese padre de un niño sin que necesariamente fuese Sara la madre. Fue así que decidieron tener descendencia a través de Hagar, la esclava, uno de los antiguos métodos de adoptar un hijo (Gn. 16).
No debemos tomar en nuestras manos el cumplir lo que Dios ha prometido o para lo que nos ha llamado. Aunque parezca ilógico, aunque parezca tardar, aunque lo que sea…Él nos manda a confiar y a esperar. Muchas veces se comete este error por no esperar el tiempo de Dios y como dice el dicho “lo barato sale caro”.
Más adelante, cuando Dios vuelve a pronunciar la promesa, le da ya un carácter bien específico: “Es Sara, tu esposa, la que te dará un hijo” (17:19). Finalmente, Dios se aparece a Sara en persona para decirle que el hijo de la promesa nacería en la próxima primavera (18:10).
Ya hemos dicho que en la prueba uno no debe preguntar por qué. Pero no hay modo de evitarlo. ¿Por qué debe este hijo de la promesa venir de un modo tan imposible, casi ridículo? ¿Por qué toda esta carga durante tantos años? ¿Por qué, oh Dios, no puede venir el niño con la felicidad y normalidad de los demás?
¿Le ha pasado? ¿Ha tenido preguntas y dudas similares? Dios, sin embargo, no dio ninguna explicación a Abraham y Sara. Su intención no es que encontremos una respuesta a nuestro “por qué”. Su propósito es que lo encontremos a Él. A Dios no le interesa tanto que lo comprendamos, para que podamos entender sus razones; a Dios le importa que creamos en él, que es lo propio de ser Dios.
La Biblia narra que tanto Abraham (Gn. 17:17) como Sara (18:2) se rieron, con una risa cínica nacida de una desesperada incredulidad. Estaban viejos y mucho tiempo había pasado. No los juzguemos. Todo el que tome a Dios en serio y aun así se vea obligado a llevar alguna carga día tras día y año tras año, caerá alguna vez. Llorará o se reirá en amargo descreimiento.
¿No le ha pasado esto a más de alguno? ¿Dios ha prometido algo pero tarda en llegar, o tardar en contestar y caemos en incredulidad, en desesperanza?
Sin embargo, esa primavera, cuando se inclinó sobre el hijo de la promesa, Sara pronunció palabras que reflejaban su íntimo gozo en el Señor. “Isaac”, susurró, “Risa”. Ésta era la risa que Dios había hecho.
Gén 21:5-6 “Abraham tenía cien años cuando le nació su hijo Isaac. Y dijo Sara: Dios me ha hecho reír; cualquiera que lo oiga se reirá conmigo.”
En el original se lee literalmente “Dios ha hecho risa para mí”. Dios le había dado gozo a Sara, después que había dudado, después que se había burlado, Dios le había dado gozo, confió en Él aún después de haberle fallado y el Señor respondió a su tiempo.
Dios, que hizo que una anciana tuviera un hijo, y que hizo que una virgen diera a luz al Hijo de la promesa, siendo Jesús el cumplimiento perfecto de esa promesa hecha a Abraham, transformará todas nuestras lágrimas en risa cuando cumpla las promesas a las que nos aferramos todos los que somos sus hijos. Todo aquello que Él ha prometido en su palabra y a nosotros individualmente Él será fiel en completarlo.
Así es la vida. Abraham pasó con éxito su prueba final cuando Dios lo probó pidiéndole a su hijo como sacrificio en un altar. Leamos Gén. 22:1 “Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: ¡Abraham! Y él respondió: Heme aquí.”
Este pasaje usa precisamente el término “prueba” a fin de que podamos saber cómo interpretar esta narración. Dios había cumplido su promesa inmediata al nacer Isaac, pero Dios decide probar una vez más a Abraham. Él responde “Heme aquí” y obedece de nuevo.
Quien vive con Dios debe siempre renunciar a algo. Abraham tuvo que abandonar su patria, tuvo que huir de Canaán a Egipto, tuvo que separarse de su sobrino Lot; además, Abraham y Sara tuvieron que renunciar a cualquier posibilidad normal de tener un hijo. Solamente cuando hubieron abandonado todos sus recursos propios, llegaron a descansar en Dios, en forma total y sin reservas.
Eso es lo que quiere de nosotros el Señor para este 2014. Que descansemos en Él en forma total y sin reservas aunque tardaré la respuesta, aunque la prueba sea dura, aunque parezca no responder, aunque lo que ha prometido parezca ilógico e ilusorio.
Abraham demostró esto cuando tuvo que entregar a Isaac. Se nos hace difícil creer que Dios someta a todo aquel que anda con él a este tipo de prueba. Hay algo en nosotros que se niega a creer que Dios pueda demandar tanto; la misma reticencia que tenemos a creer que él quiere dar mucho más, que él se da a sí mismo.
En su última prueba Abraham se conduce con la serenidad de quien ha aprendido a vivir con Dios. Todos los que hemos sido llamados a este tipo de vida de pacto con Dios, debemos aprender a confesar lo siguiente: «Si estoy contigo, nada quiero en la tierra» (Sal. 73:25). La plenitud de la vida es Cristo, y el justo vivirá por la fe.
El justo vivirá por la fe. Eso aprendimos este año: a vivir por fe. Aprendimos a clamar, a buscarle sin cesar, aprendimos a estar juntos, a ser uno en Él con Cristo como la cabeza. Aprendimos que nada importa sino la gloria de Dios y que debemos adorarle en las buenas y en las malas.
Debemos vivir el 2014 por fe, sosteniéndonos como viendo al Invisible. Sosteniéndonos en las promesas que Él nos ha hecho. Sosteniéndonos en su Palabra, firmes y adelante, sin temor alguno porque Él va adelante, Él pelea la batalla por nosotros y Él permite todo para su gloria primeramente y para nuestro bien. Si entendemos esto ese bien radicará en sumo gozo y una paz que sobrepasa todo entendimiento.
Amados, aunque no entendamos, adoremos. Vayamos al altar, hagamos altar para el Señor aún más cuando estemos turbados o atribulados, para que Él nos haga descansar y confiar. Que este nuevo año vivamos de altar en altar, todo para Cristo.
Les invito a confiar y adorar. La vida cristiana se vive en el altar, ante Dios.
Que tengan un 2014 lleno de Cristo, de su gracia y de su amor.
Josh
Excelente articulo, y de verdad que gracias a DIOS por las pruebas y se que no nos gustan pero si las sabemos saborear con su ayuda son un manjar, de hecho eso estamos viviendo en nuestra vida de Iglesia pero hemos aprendido de esta prueba lo siguiente:
1.De que estamos hechos, si permaneceremos o saldremos corriendo.
2.Cuanta madurez hay en nuestras vidas, a veces creemos que cantidad de años en la cristiandad es igual a madurez y no es así.
Que seamos sensibles a la voz de DIOS junto con obediencia y nos daremos cuenta lo fructífero y provechoso para nuestras vidas.
Bendiciones y Feliz Año.
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Gracias por tus comentarios siempre valiosos Giovanni! que Dios te bendiga a ti, tu familia y tu iglesia. Ojalá algún día les pueda conocer. Un abrazo grande y a disfrutar de nuestro Dios en este 2014. Que en la prueba le conozcamos aún más.
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