Todo lo que existe, desde lo más grande hasta lo más pequeño, es decretado y sostenido por Dios:[1] “porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mat 5:45b). Sin embargo, Dios no es el autor de la maldad: “Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y El mismo no tienta a nadie.” (Stg 1:13). De Él sólo puede decirse que viene todo bien, es el autor del bien: “Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación” (Stg 1:17). Sin embargo, Dios sigue siendo soberano. Él ha decretado todo lo que sucede en el mundo y de una manera paradójica, el hombre también es responsable. Dios no es el autor del mal como lo es del bien, no sería un Dios santo si así fuese.[2]

Los decretos de Dios “no son la causa requerida de los pecados de los hombres, sino la dirección predeterminada y prescrita de las acciones pecaminosas de los hombres”[3]. Un caso muy conocido es el de Judas. Él entregó a Jesús. Sin embargo, la Biblia afirma que fue el plan de Dios también: “Jesús respondió: Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no te hubiera sido dada de arriba; por eso el que me entregó a ti tiene mayor pecado” (Jn 19:11). Pink nuevamente, lo explica magistralmente como sigue:

Dios no decretó que sería vendido por una de Sus criaturas y luego tomó un hombre bueno, le instiló un deseo malvado en su corazón y entonces lo forzó a hacer el acto terrible a fin de ejecutar Su decreto… En lugar de ello, Dios decretó el acto y seleccionó al que iba a hacer el acto, pero no lo hizo malvado a fin de que hiciera el acto; al contrario, el traidor era un “diablo” al momento que el Señor Jesús lo escogió como uno de sus doce (Jn 6:70), y en el ejercicio y manifestación de su propia diablura, Dios simplemente dirigió sus acciones, acciones que era perfectamente de acuerdo a su propio corazón vil, y realizado con la más malvada de las intenciones.[4]

Ryrie dice que:

A pesar que Dios fue el Diseñador del plan, no estuvo en manera alguna involucrado en la comisión del mal tanto de parte de Satanás originalmente o de Adán subsecuentemente. A pesar que Dios odia el pecado, por razones no reveladas a nosotros, el pecado está presente por Su permiso. El pecado debe estar dentro del plan eterno de Dios (o Dios no sería soberano) en alguna manera en la que Él no es el autor del mismo (o Dios no podría ser santo).[5]

Dios muchas veces “usa personas malas para hacer lo que Él ha planeado, pero sus propósitos son siempre puros. Su santidad no es afectada por la pecaminosidad del hombre”[6]. Dios usa a las personas malas. Esa es la clave. Él usa la misma pecaminosidad de ellos. Él nunca convierte u obliga en contra de la voluntad. Trabaja con la voluntad de cada uno. Sabemos que sin Cristo, somos completamente depravados y siempre escogeremos el mal. De hecho, “la voluntad es tanto un producto y una revelación de la naturaleza de la persona”[7]; por lo tanto, el hombre es responsable. Si esto no fuese así, nunca podríamos afirmar esto: “Justo es Jehová en todos Sus caminos y misericordioso en todas Sus obras” (Sal 145:17). Piper, por su parte, reconoce que no es un tema fácil y cita a S. Charnock al respecto:

Dios no desea [el pecado] directamente, por una voluntad eficaz. No lo desea directamente, porque Él lo ha prohibido por Su ley, que es un descubrimiento de Su voluntad; de tal manera que si Él directamente deseara el pecado, y directamente lo prohibiera, sería bueno y malo de la misma manera, y habría contradicciones en la voluntad de Dios: desear el pecado absolutamente, es hacerlo (Sal 115:3)… Dios no puede desearlo absolutamente, porque no puede hacerlo. Dios desea el bien por un decreto positivo, porque ha decretado efectuarlo. Desea el mal por un decreto privado, porque ha decretado no dar esa gracia que lo prevendría ciertamente. Dios no desea simplemente el pecado, porque eso sería aprobarlo, sino que lo desea, para ese bien que Su sabiduría obtendrá del mismo. No desea el pecado en sí mismo, sino para el evento.[8]

Conclusión

Podemos concluir categóricamente que Dios no es el autor del mal. Lo vemos claramente en las Escrituras: “Y este es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos: Dios es luz, y en El no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1:5). Dios es quién no sólo permite todo, sino que ha decretado todo cuánto sucederá. Él sostiene todo también, no está nada más al azar. Su Palabra es clara cuando dice:

Yo soy Dios, y no hay ninguno como yo, que declaro el fin desde el principio y desde la antigüedad lo que no ha sido hecho. Yo digo: “Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré” (Is 46:9b-10).

Por el otro lado, el ser humano es responsable del mal siempre, no hay excusa.[1] El hecho que Dios haya decretado todo, no le hace el autor del mal. Grudem hace referencia a Calvino cuando cita un título de su obra que es muy revelador: “Dios se sirve de los impíos y doblega su voluntad para que ejecuten Sus designios, quedando sin embargo Él limpio de toda mancha.[2] En todo obrar del hombre está siempre la voluntad de Dios acompañándolo; a pesar de ello, todo lo que hace es un acto libre por el que debe responder.[3] Parece oportuno concluir con lo que Bruce A. Ware nos invita a hacer:

Aceptar humildemente lo que Dios ha diseñado, y estar en paz con ello como algo bueno, sabio y glorioso, nos permite someternos a Dios y, al mismo tiempo, ser libres para ser exactamente quién Dios nos ha hecho ser.[4]

 


[1] Wayne A. Grudem, Teología Sistemática: Una Introducción a La Doctrina Bíblica (Miami, FL: Editorial Vida, 2007), 343.

[2] Ibid.

[3] Louis Berkhof, Teología Sistemática, 8a ed. (Grand Rapids: Libros Desafío, 1988), 204.

[4] Bruce A. Ware, “Robots, Royalty and Relationships?: Toward a Clarified Understanding of Real Human Relations With the God Who Knows and Decrees All That Is,” Criswell Theological Review 1, no. 2 (Spring 2004): 203.

[1] Loraine Boettner, Studies in Theology (Phillipsburg, NJ: Presbyterian and Reformed Pub. Co., 1989), 64.

[2] Arthur Walkington Pink, The Attributes of God, new ed. (Grand Rapids: Baker Books, 2006), 16.

[3] Arthur Walkington Pink, The Sovereignty of God, trade pbk. ed. (Grand Rapids: Baker Book House, 1984), 157.

[4] Pink, The Sovereignty of God, 157.

[5] Ryrie, Basic Theology: A Popular Systemic Guide to Understanding Biblical Truth, 49.

[6] Flavel, El Misterio de La Providencia, 41.

[7] Loraine Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination (Philadelphia, PA: Presbyterian and Reformed Pub. Co., 1989), 220.

[8] Thomas R. Schreiner and Bruce A. Ware, eds., Still Sovereign: Contemporary Perspectives On Election, Foreknowledge and Grace (Grand Rapids: Baker Books, 2000), 125-26.